martes, 16 de junio de 2009

A mí

Dejo, otra vez, a una persona que amo en el aeropuerto. No sé cuándo volveré a verla. Tomo el colectivo, veo pasar las calles. Se escapa, tímida, alguna lágrima. Hace sólo un rato estábamos hablando. De pronto un pensamiento te empuja: me descubro decidiendo qué haré de cenar. Y la comida de esta noche se mezcla con tu última sonrisa. Tu cara se esfuma, tu abrazo se diluye. Me encuentro inmersa, de nuevo, en mi cotidiano. Debo hacer compras, llamar a mi familia, organizar el desayuno del jueves. No hace más de media hora, te di el último beso. Me desconcierta y me asusta, perderte en mi nueva rutina. Dejo a la persona que amé y me preocupo por la cena. Esto está pasándome a mí.

domingo, 14 de junio de 2009

La sortija: una vuelta más!

Cientos de días después, me preparo para encontrarte. Me visto de mí, intento olvidarme de nada. Aún no conozco la ciudad, me marean sus subtes, salgo urgente a tu encuentro. Hablo toneladas de palabras para localizarte en esta inmensa estación. Mi sonrisa se desborda, se apuran mis pasos al verte. Sonreís. Te abrazo. Y ese abrazo es un hola amor, dónde has estado, te extrañé tanto, como nunca, estoy feliz de poder tocarte, oír tu qué hacés boluda, sentir tu mano en mi cintura, no te suelto, puedo, al fin, mirarte de nuevo. Bailemos, desayunemos que el bar está abierto y es de gitanos la sangre eslava. No te suelto. No te he soltado nunca. Me quedo prendida a tu cuello. Aunque seas mar, y no sepas adónde ir. Aunque tengas casa y un celular. Aunque sólo sea un beso apurado en el tren, en el aeropuerto. Aunque otra vez ya te hayas ido. Sigo en tu abrazo y si te fijas, me tienes prendida, cual chapita de collar de perro. Me río, pues soy feliz. Así reía, imagino, cada vez que sacaba la sortija. (Qué bueno cuando el calesitero movía la mano un poco más lento...)

sábado, 18 de abril de 2009

La yapa más austral

La última vez que introduje el mate a alguien fue una tarde sin dueño. Una tarde con tiempo, en un sitio con magia, bien al sur. Más al sur no conozco, pero sé que existe, me lo han susurrado al oído. Un día antes había sido un día cansado, de caminata solitaria y amarga, de pensar cómo es posible equivocarse tanto: había creído que él me quería, y él no me quiso. Había sido un día de enojo, con todos y conmigo. Un día de tristeza y bronca, de ilusiones al tacho. Un día de aprender cosas que uno no quiere saber. Por suerte siempre hay un apoyo, aún ahí abajo, donde no tengo a nadie. Mi profesión me enseñó a encontrar amigos urgentes, que no tienen nada que envidiarles a los corrientes.

Esa tarde había decidido caminar sola, recuperar mi humor, perdonar mis errores. Escuchar al viento, despedirme del sitio, volver a mi centro. Caminé, entonces, sola, hasta que me topé con su espalda yéndose. Caminaba en la misma dirección que yo, también en soledad. Con él estaba enojada, no podía entenderlo, me había herido. Sin embargo, no cambié de rumbo, provoqué el encuentro.

Tratamos de sonreir, las comisuras pesaban. Nos propusimos acompañarnos. Entonces caminamos, buscamos el camino al mar. Recorrimos la chatarra. Hicimos perros amigos y vimos a los chicos jugar. Encontramos la picada a la playa: nos llenamos de abrojos los pantalones. Nos sentamos en la arena y conversamos. Nos quitamos los zapatos. En esas últimas horas -se acababa la travesía- hablamos todo lo que habíamos callado en semanas. No sé por qué siempre sucede eso. Todo siempre al final. Mojamos los pies unos pocos segundos, hasta no sentirlos más, en el agua salada. Juntamos caracoles y dejamos escurrir la arena infinidad de veces de nuestras manos. Me contó de sus miedos, de su inseguridad. Me escuchaba atentamente, como intentando aprender de lo que oía. Me sentí su maestra, aunque no quería serlo. Habló de frustraciones. Hablé de sorpresas. Contó días grises y diálogos interrumpidos. Conté de viajes y de ser fiel a uno mismo. Escuchamos a las gaviotas, las vimos en su vuelo. La tarde se fue en diálogo, y empezó a hacer frío. El viento reconforta, a veces, cuando uno ya no recuerda qué es sentirse vivo. El diálogo devino en reconciliación, yo con él, él conmigo, y cada uno consigo mismo. Encontramos juntos un camino de vuelta sin abrojos, y sin permiso. Viajamos al café, y ahí aprendió a tomar mate. Amargo, pero lo tomó ni mú. El tiempo que quedaba se esfumó de golpe, y su mirada se puso triste.

Subimos a un auto.Viajamos callados, como demorando los minutos. Entonces sucedió, justo antes de llegar a destino. Sin mirarme, me reveló lo importante. Me dijo lo que ya no esperaba escuchar, desde que dos días atrás, me había enojado con él. Desde que me había fallado. En ese último minuto, dijo lo que había callado las últimas cinco horas. No sé por qué siempre sucede lo mismo. Siempre todo al final. Volví a sorprenderme: sí me quería. Fue entonces el asombro, otra vez quedar fuera de lugar. Me gustó escucharlo: al final, no me había equivocado tanto.



¿No dice la canción que los días no tienen dueño? Yo había decidido caminar sola, recuperar mi humor, perdonar mis errores. Fue una tarde con yapa, la yapa más austral del mundo.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Hoy, en la ciudad

El día está estirado. El verano, la humedad, el ruido y el gentío se pegaron a mi piel, poniéndola pesada, llenándola de olor y de ansias. Lo simple es aquí complejo, difícil, lejos. La ciudad ha perdido su encanto, sofoca aún la ventana más abierta. El tiempo se deformó y la música es anacrónica. Hoy, en la ciudad, es todo interrupción y dependencia.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Conexión

Cuando una despierta con tiempo para hacer fiaca, generalmente se encuentra de golpe con los últimos pensamientos de la noche anterior. Lo lindo es cuando esos pensamientos fueron dulces fantasías. En el caso de dulcísimos recuerdos, puede haber un repentino brote de llanto, difícilmente controlable, porque un buen despertar nos envuelve en una sensibilidad tan agradable como peligrosa.

Dulce inconciencia en la que me sumerge el sueño de una buena noche. Despierto, y durante unos segundos, no entiendo. Me sorprende un pensamiento: la continuación del último que tuve antes de dormir. Extraña forma de actuar, mi cabeza recupera los hilos y busca una continuación. No hay sucesos aislados, es todo parte de la misma cinta, y así lo ordenamos contínuamente, aunque no pensemos en ello. Envuelta en una penetrante sensibilidad, me conecto con mis anhelos, y son los mismos cada vez. No cambiaron ni un ápice, aunque a veces me convenza de ello. Entonces estudio mi mapa, veo mi posión y mis objetivos negados. Las preguntas me asaltan y la necesidad de serme fiel se inscribe en sangre. Apunto, corrijo, me corro. Cada vez que existe esa conexión, encuentro el sentido. El único.

martes, 7 de octubre de 2008

sin título

Sentados en el filo de tu cama,
me leíste utopías.
Y cuando ya no quedaba nada,
me diste tu sonrisa larga,
brillante y final.

lunes, 21 de julio de 2008

Atrapasueños

Qué miedo me da repetirme. Escritos viejos:

Mundos de noches con sol, aún en invierno, y fortalezas milenarias, sueño. Luego despierto, olvido, intento aferrarme, pero la imagen se borra. Me enojo, me frustro: todo era más hermoso en ese mundo efímero. Ahora: levantarme a los sopapos, vestirme, salir, con la cara lavada, los pies helados y los párpados caídos. Cansada para siempre, sin energía, sin presente. Desgasto mis días en un tren sin sentido, sin cuestionamientos, sin llegar a comprender qué es lo que quiero atrapar. Sintiendo el vacío bien adentro: frío medular que ceda mis instintos y me adormece. No puedo despabilarme. Cascada de agua helada, devuélveme el presente. Quiero ser yo, ahora, y brillar.

Yo en el medio

Es una bronca dulce, una contradicción. Me digo: no puede ser. Pero es. Es una alegría que entristece, que me sigue doliendo en el fondo del pecho, como una piedra estancada en el esófago. Y entonces me preguntó por qué. O mejor dicho: por qué no. Y no puedo encontrar una pista. Quisiera ser más impulsiva, aunque se pague caro. Locura mesurada no alcanza. O lo uno o lo otro. Llueve en Buenos Aires, me mojo, me enfrío. Pero no estoy acá, hace rato que no soy aquí ni ahora. Y otra vez me pregunto, por qué hago lo que hago. Y creo que es el miedo, la duda, la eterna incertidumbre. ¿Miedo a qué? Me ahogo en angustia, y canto alegre. Sí, canto alegre, para liberarme del dolor. Hoy las palabras no me alcanzan, nada me alcanza para despojarme de esta bronca. Y reconozco mi envidia, me hundo en este sentimiento amargo. Sólo me alivia pensar que puede servirme de motor. Me digo: que sirva para ponerte en movimiento. Mis pies están como estacas. Mi pecho quiere volar. Yo en el medio, en el peor lugar.

martes, 8 de julio de 2008

Mascarita de uñas

Sentía olor a basura química cada vez que probaba bocado. No sé cómo olerá la basura química, pero para mí huele a la calle Campos en partido de San Martín, en el tramo donde están todas las fábricas (químicas). La comida, sin embargo, no sabía mal. Tardé dos o tres bocados hasta darme cuenta de dónde salía ese olor: eran mis uñas pintadas. Sería un esmalte trucho, seguramente. Nunca puse mucha atención a esas cosas. No sirvo para pintarme las uñas. Sólo lo hago en ocasiones. Y se nota. Esta máscara oprime mis dedos, como un corpiño muy apretado. Hoy tengo una fiesta. Seré fuerte y soportaré este sostén de dedos hasta mañana. Intentaré no acercar mis manos a la nariz de nadie. Perdón si hoy te acaricio, acomodo tu pelo o te quito una miga del bigote. Prometo que mañana volveré a oler a mí.