lunes, 21 de julio de 2008

Atrapasueños

Qué miedo me da repetirme. Escritos viejos:

Mundos de noches con sol, aún en invierno, y fortalezas milenarias, sueño. Luego despierto, olvido, intento aferrarme, pero la imagen se borra. Me enojo, me frustro: todo era más hermoso en ese mundo efímero. Ahora: levantarme a los sopapos, vestirme, salir, con la cara lavada, los pies helados y los párpados caídos. Cansada para siempre, sin energía, sin presente. Desgasto mis días en un tren sin sentido, sin cuestionamientos, sin llegar a comprender qué es lo que quiero atrapar. Sintiendo el vacío bien adentro: frío medular que ceda mis instintos y me adormece. No puedo despabilarme. Cascada de agua helada, devuélveme el presente. Quiero ser yo, ahora, y brillar.

Yo en el medio

Es una bronca dulce, una contradicción. Me digo: no puede ser. Pero es. Es una alegría que entristece, que me sigue doliendo en el fondo del pecho, como una piedra estancada en el esófago. Y entonces me preguntó por qué. O mejor dicho: por qué no. Y no puedo encontrar una pista. Quisiera ser más impulsiva, aunque se pague caro. Locura mesurada no alcanza. O lo uno o lo otro. Llueve en Buenos Aires, me mojo, me enfrío. Pero no estoy acá, hace rato que no soy aquí ni ahora. Y otra vez me pregunto, por qué hago lo que hago. Y creo que es el miedo, la duda, la eterna incertidumbre. ¿Miedo a qué? Me ahogo en angustia, y canto alegre. Sí, canto alegre, para liberarme del dolor. Hoy las palabras no me alcanzan, nada me alcanza para despojarme de esta bronca. Y reconozco mi envidia, me hundo en este sentimiento amargo. Sólo me alivia pensar que puede servirme de motor. Me digo: que sirva para ponerte en movimiento. Mis pies están como estacas. Mi pecho quiere volar. Yo en el medio, en el peor lugar.

martes, 8 de julio de 2008

Mascarita de uñas

Sentía olor a basura química cada vez que probaba bocado. No sé cómo olerá la basura química, pero para mí huele a la calle Campos en partido de San Martín, en el tramo donde están todas las fábricas (químicas). La comida, sin embargo, no sabía mal. Tardé dos o tres bocados hasta darme cuenta de dónde salía ese olor: eran mis uñas pintadas. Sería un esmalte trucho, seguramente. Nunca puse mucha atención a esas cosas. No sirvo para pintarme las uñas. Sólo lo hago en ocasiones. Y se nota. Esta máscara oprime mis dedos, como un corpiño muy apretado. Hoy tengo una fiesta. Seré fuerte y soportaré este sostén de dedos hasta mañana. Intentaré no acercar mis manos a la nariz de nadie. Perdón si hoy te acaricio, acomodo tu pelo o te quito una miga del bigote. Prometo que mañana volveré a oler a mí.