miércoles, 23 de abril de 2008

Teoría de un gran robo

Rodo bajó del tren, y tomado de la mano de su mamá, caminó hasta la casa de la abuela. Había una pesadez en el aire, que lo hacía sentir agobiado. Pero no era el calor. Ni la humedad. Era algo en el humor de la gente, que lo reprimía, lo entristecía.

-¿Qué pasa, chiquito?- se dio cuenta su abuela.
Rodo levantó la mirada y tras un breve instante, preguntó.
-¿Por qué están todos enojados?
-¿Todos quienes?
-Los que caminan en la calle. Los que andan en tren. Los que manejan los autos.
La abuela entendió.
-¿Los porteños?
-Sí. Todos. Los que salen en el noticiero.
-Chiquito, hay una razón y es muy simple: ha habido un robo.
-¿Qué robaron?
-Las estrellas.
Rodo frunció el ceño. ¿De qué hablaba la abuela?
- Las luces de la ciudad son tantas, que Buenos Aires se ha quedado sin estrellas. En la ciudad ya nadie mira para arriba. Nos han robado primero las estrellas. Después, la costumbre de mirar al cielo.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-Que entonces miran todos para abajo, para el propio ombligo. Y como es lo único que ven, creen que es lo más grande, lo más importante. Entonces cualquier problema chiquito parece el peor del mundo.
-¿Los problemas chiquitos no son importantes?
-¡Sí que son importantes! Problemas va a haber siempre, y nos van a preocupar. Pero sería bueno poder encararlos como lo que son: problemas, dificultades. No monstruos inmensos inabarcables. Si tuviéramos estrellas para mirar, si las miráramos todas las noches, entenderíamos.

Rodo no entendió mucho en aquel momento. Desde entonces, aprovechó cada oportunidad que tuvo para mirar el cielo. Tampoco fue entendiendo más con el tiempo.

Pero sí encontró allí un refugio. Y se sintió mucho mejor.

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