Odioso desconsuelo,
la ciudad sigue viviendo,
caliente, febril.
Tu olor en mi piel
me abraza, cálido,
envolviéndome poco a poco
con tu ausencia.
Dulcísimo sabor el de tu adiós.
Todo fue perfecto,
hasta la última lágrima.
Mi cara se descompone,
mi pecho
te sigue llamando.
Mi lengua
se esconde,
dormida,
no entiende el sinsentido.
Afuera sigue el sol en lo alto.
Acá,
el vacío inmenso de este no lugar,
de esta bronca incontrolable
de no poder retenerte,
de tener que decirte adiós,
sabiéndote en este mundo,
extrañándote desde los ojos
hasta las vísceras,
desde el mismísimo instante
del primer paso sin vos.
jueves, 24 de enero de 2008
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